La cultura que conecta con los procesos vitales de la Tierra
La cultura es alimento para el ser humano. Despierta y configura en él las fuerzas anímicas y espirituales. Pero, ¿qué sucede en el ser humano cuando la cultura "nutriente" consiste exclusivamente de entretenimiento? Se aleja de su propio ser y de la base de su vida, la Tierra.
La cultura está conectada a nuestra Tierra. Cada una de sus regiones nos permite desarrollar la cultura que mejor se adapte a nuestras necesidades. De esta manera, la humanidad siempre ha sido alimentada con el "alimento" más adecuado.
En cada región del mundo, dependiendo de la estación del año, nos encontramos con el hecho de que la Tierra nos da los frutos que aportan sustancias que nuestro organismo necesita en ese momento. Por otro lado, la cultura nos capacita a afrontar los acontecimientos de la vida, ya sean externos o internos, que están estrechamente ligados al lugar y al tiempo en que vive. Para restaurar la interacción entre el ser humano y la Tierra, es decir la relación simbiótica que tenemos con ella, sólo podemos ascender de nuevo desde este punto de partida.
Entretener, alejar, retrasar
¿Pero cuáles son las características de una cultura cuando se convierte en entretenimiento? Las de entretener, alejar y retrasar. Bajo estas condiciones falta la base artístico-cultural, donde la energía puede ser utilizada para iniciar algo fructífero en el ser humano.
A través del entretenimiento cultural se produce un proceso de animalización en el que todo lo humano pierde su complejidad e integridad, en el que se niega su organización trimembrada, conduciendo a la atrofia de espíritu y alma. El entretenimiento está dirigido a estimular los más bajos instintos y entidades en nosotros, sin posibilidad alguna de catarsis. Esto lleva, a través de la industria cultural, a una tremenda manipulación a nivel físico-corporal.
Actividad yoica y catarsis
¿Puede la cultura liberarse de estas tendencias y recuperar su misión espiritual? ¿Puede el ser humano volver a recuperar su rectitud? Cuando Rudolf Steiner imaginó una cristianización del arte, fue en el sentido de una cultura capaz de actuar desde el Yo individual para afrontar lo que se acerca al ser humano desde el futuro y el presente; para darle, a través de la catarsis, la oportunidad de transformar, purificar y desarrollarse a sí mismo, junto con y para la Tierra.
Si la cultura nos hace ser parte de los procesos vitales de la Tierra, queda la esperanza de que el ser humano se encuentre de nuevo a sí mismo, que deje de huir del planeta que lo acoge y comience a reapropiarse amorosa y conscientemente del elemento cultural.