Sistema inmunitario y personalidad: origen y desarrollo evolutivo del Tú

Sistema inmunitario y personalidad: origen y desarrollo evolutivo del Tú

24 enero 2022 Georg Soldner Visto 7650 veces

Cuando miramos a un recién nacido ya tenemos la sensación de encontrarnos con una personalidad, aunque no será una personalidad aislada. Como señaló el filósofo Hegel, no nos desarrollamos solos, sino que gran parte de lo que nos configura tiene que ver con nuestro entorno, nuestra comunidad y con nuestro destino.


Se sabe que, desde el principio, la personalidad se desarrolla en una constelación de personalidades diferentes y circunstancias ajenas. Sin embargo, un hecho menos conocido es que el desarrollo de la personalidad también está íntimamente relacionado con el desarrollo del sistema inmunitario. Son dos tipos de desarrollo que no comienzan solo en el momento del nacimiento, para entenderlo bien, tenemos que retrotraernos al periodo del embarazo.

El embarazo es una época en la que estamos impregnando o esculpiendo nuestra corporalidad. En este proceso no estamos solos, porque los todavía no nacidos asimilan la alegría, la voz y el canto de la madre, pero también cualquier situación de miedo o estrés de la misma en cuanto sobrepasa cierto nivel.

Cuando miramos a un niño que todavía no ha nacido, vemos un cuerpo en devenir flotando en el líquido amniótico con sus pequeñísimas extremidades. Podemos observar la conexión con el cuerpo materno y las envolturas que rodean al niño. La capa más externa, el corion, colabora en la formación de un órgano íntimamente unido con el organismo de la madre: la placenta. Es el órgano más importante para el feto, pues a partir de ella, el niño comienza a construir su cuerpo, que al principio es casi solo cabeza, y desarrolla el poderoso sistema nervioso. La placenta, sin embargo, no tiene sistema nervioso ni huesos y toda la sangre del feto fluye a través de ella minuto a minuto. Al mismo tiempo, la placenta dirige el desarrollo embrionario de manera decisiva, ya que, su función primordial es la termorregulación del feto, que es el sistema de regulación más importante en todos los seres vivos. De esta forma, la temperatura del feto se mantiene medio grado más alta que la temperatura corporal de la madre. La placenta actúa como un corazón periférico y es el "órgano central periférico" del no nacido, como el Sol lo es para toda la vida en la Tierra. Además, la placenta está en íntima conexión con la madre y tiene vida propia, incluso sin embrión. Sólo después del nacimiento, la termorregulación pasa a ser tarea del cerebro.

¿Qué tiene que ver esto con el sistema inmunitario? Sabemos que el rendimiento de nuestro sistema inmunitario depende del calor y que funciona de forma óptima cuando alcanza los 39 grados de fiebre. Incluso los animales, cuyo calor corporal depende del entorno, buscan lugares más cálidos cuando se han infectado para aumentar sus posibilidades de supervivencia.

La placenta es un órgano que protege al bebé de una manera natural, pero al mismo tiempo lo conecta estrechamente con la madre. La placenta es un órgano fronterizo entre el bebé y la madre. Este espacio protege al bebé, de forma que no recibe el impacto de todo lo que experimenta la madre directamente. Pero esta protección también puede verse sobrepasada en situaciones de fuerte estrés.

En el último tercio del embarazo, la placenta desarrolla un microbioma, es decir, una vida bacteriana. De este modo, el niño ya se está preparando inmunológicamente para la vida fuera de la madre, dado que el contacto con el mundo microbiano hace que el sistema inmunitario humano madure.

Hace décadas, los médicos todavía pensaban que el cuerpo físico era estéril. Hoy sabemos que no es así. Llevamos bacterias en los pulmones, en la piel, en los intestinos, etc. Y desde 2014 se sabe que la flora bacteriana también se desarrolla en la placenta. Sorprendentemente, este microbioma de la placenta no se parece a la flora vaginal, sino a la flora de la cavidad bucal materna. Por tanto, un buen estado dental y una dieta sana pueden influir indirectamente en la placenta.

La placenta como periferia hecha carne

La placenta es relevante tanto para el desarrollo de nuestro sistema inmunitario como para el desarrollo de la personalidad. Pero, ¿qué es la personalidad? ¿Cuál es el "Yo" del que tanto hablamos? Rudolf Steiner dice al respecto: "el Yo es una entidad". Es decir, se trata de un nivel de "ser", que actualmente las ciencias naturales no reconocen. Otra indicación dada por Rudolf Steiner al respecto es la siguiente: "en el embarazo, el órgano central del Yo es la placenta". Por lo tanto, la placenta es la sede del Yo en el embarazo.

Como individualidad, nunca estamos tan presentes en nuestro cuerpo como en esta fase de la vida, en la que todavía se está construyendo nuestro cuerpo. Después de esta fase, el cuerpo se convierte en espejo de nosotros mismos, aunque este reflejo queda más bien inconsciente. La placenta constituye, por una parte, el punto de partida de nuestro desarrollo corporal individual y, por otra parte, un "órgano del Yo" completamente fusionado con el organismo materno que luego se convierte en el punto de partida de nuestro desarrollo inmunológico y nuestro desarrollo de la personalidad. Y el calor está en el centro de todos los procesos de construcción corporal. Donde hay regulación térmica, donde se organizan las condiciones del calor corporal, también está presente el Yo, construyendo activamente el cuerpo físico. Cuando nos resfriamos, cuando no estamos presentes, cuando no sentimos nuestro organismo porque se ha enfriado, pueden introducirse elementos ajenos y enajenar el cuerpo. Rudolf Steiner acuñó, al final de su vida, el concepto de la "organización del Yo" para referirse a la actividad del Yo como actividad individual en los procesos constructivos del cuerpo humano. La "organización del Yo" está ligada a la regulación térmica del cuerpo físico. Y una manifestación particularmente característica de la "organización del Yo" es el sistema inmunológico, ya que este tiene mucho que ver con lo que llamamos personalidad individual.

Pero nuestra organización calórica, y con ella muchos más elementos de nuestra organización físico-corporal, todavía no puede sostenerse por sí mismos en el momento del nacimiento. Como seres humanos necesitamos la posibilidad de vivir en otro ser humano enlazado con nuestro ser, que nos dé apoyo y atención y que, por tanto, también se verá en cierta medida transformado por nosotros. En un principio, el Yo sólo puede estar presente en el cuerpo a través del Tú. Esto es lo que nos muestra el desarrollo del niño, especialmente durante el embarazo, pero también después del nacimiento. Este misterio del Yo es el misterio del centro y la periferia.

Todas las funciones vitales contenidas en la placenta y, por tanto, en la periferia del feto, más tarde se desarrollan transformándose en órganos separados con funciones específicas en el cuerpo del niño. En la placenta todo está fundido como en un sol. En el nuevo cuerpo se convierte en órganos separados, y empieza la madurez terrestre. La placenta, sede "pura" del Yo, no entrará viva en la Tierra. Finalmente, el niño inicia su nacimiento a través de la muerte de la placenta.

La retrospección comienza en el intestino

Para el desarrollo del sistema inmunitario es decisiva la relación con otros seres. Si en un momento separamos artificialmente al niño de la madre, un momento que el niño no ha elegido, esto tendrá consecuencias para el sistema inmunitario durante muchos años y las condiciones para el desarrollo del sistema inmunológico serán menos favorables. Estos hechos son hoy ampliamente conocidos gracias a los estudios en niños nacidos por cesárea programada. En general, una buena relación entre el niño y sus padres y congéneres favorece el desarrollo del sistema inmunitario, mientras que el abandono humano puede tener un efecto especialmente "tóxico" y generar estrés prematuro.

El sistema inmunológico es un sistema digestivo, mediante el cual podemos digerir sustancias ajenas en cualquier parte de nuestro organismo, no solo en el intestino. De hecho, dos tercios del sistema inmunitario permanecen siempre conectados al intestino. El intestino es el lugar principal donde interiorizamos y asimilamos algo del mundo externo: lo descomponemos, transformamos y reconstruimos. Cabe incluir en este proceso la vida microbiana de nuestro intestino como crucial para el desarrollo de un sistema inmunitario robusto.

En las conferencias de 1920 dirigidas a médicos, Rudolf Steiner señaló un hecho que era difícil de entender para la audiencia de entonces; el hecho de que interiorizamos la vida microbiana en nosotros a través del intestino, que de ella sacamos algo de nuestra fuerza vital y que nuestra presencia mental relacionada con la personalidad también depende del microbioma intestinal. El cerebro, dijo, es una forma invertida de nuestro intestino. Los médicos entonces presentes consideraron sus conferencias completamente ininteligibles. Algo que hoy en día, a la luz de los descubrimientos médicos, es más comprensible.

La arquitectura normal del cerebro, concretamente la barrera sanguíneo-cerebral, se forma en función de nuestra flora intestinal y de las sustancias (ácidos grasos de cadena corta) que absorbemos de la misma. La flora intestinal es un regalo original de la madre lactante. La leche transporta más de 100 especies de bacterias al intestino, por lo tanto, no hay esterilidad como se creía en el pasado. Al enfrentarse a esta vida microbiana, el sistema inmunitario aprende a desarrollar una de sus habilidades más importantes: detener y limitar las inflamaciones. Sufrimos muchas enfermedades, o morimos de ellas, no por la falta de actividad del sistema inmunitario, sino por la actividad interminable o excesiva del sistema inmunitario, como sucede con todas las inflamaciones crónicas y las enfermedades autoinmunes. Aquí nuestro sistema inmunológico “se descarrila” por no verse capaz de volver a auto-limitarse. El ser humano adquiere esta capacidad reguladora en los primeros años de vida a través de la confrontación con su propia flora intestinal, especialmente en la parte superior del intestino grueso. Tenemos un tracto gastrointestinal en el que, a partir de la boca, solo se avanza hacia delante. Sigue el paso por el intestino delgado, donde se analiza qué podemos utilizar de los alimentos ingeridos. Solo los animales superiores desarrollan otra etapa de digestión, el intestino grueso, en el que se desarrolla nuestra flora bacteriana, nuestro microbioma. Aquí la pulpa de los alimentos se empuja rítmicamente hacia adelante y hacia atrás. En el intestino grueso acumulamos lo que ya no podemos digerir más y que, sin embargo, mantenemos en nuestro interior. El mayor impulso para la formación del cerebro humano proviene de este intestino grueso. Lo que sucede en él es una especie de retrospectiva orgánica de lo que hemos absorbido del mundo. En el proceso, damos espacio a una “vida ajena“ en nosotros, la vida microbiana. Dependerá en gran medida de nuestra dieta el cómo los alimentos influyan en la flora intestinal y el cómo la “vida ajena“ pueda desarrollarse en nosotros y formar sustancias que promueven decisivamente el desarrollo del cerebro y del sistema inmunológico.

En el intestino grueso, por lo tanto, es donde tenemos una base sustancial para el desarrollo de la personalidad consciente en lo terrenal. Pero también la digestión y la flora intestinal tienen una importancia decisiva para nuestro sistema inmunitario. Un sistema extraordinariamente adaptativo y abierto al medio ambiente, aunque los procesos relacionados queden para nosotros, en el inconsciente. A lo largo de los tres primeros años de vida, se estabiliza la composición individual de nuestra flora intestinal. Cualquier antibiótico tomado durante este tiempo tiene consecuencias importantes que pueden ser contrarrestadas terapéuticamente.

La profunda importancia del sueño para el cerebro y el sistema inmunológico muestra cómo el ritmo día/noche influye en estos órganos y, por tanto, en la posibilidad de nuestra presencia del Yo en el cuerpo. El sueño tiene un efecto orgánico, tanto si hacemos una retrospectiva diaria consciente como si no. Hacemos retrospectiva para "digerir" conscientemente lo que hemos vivido durante el día y poder entregarlo a la noche. Es un momento de transición para desprenderse de los asuntos del día, para mirar atrás sin juzgar lo experimentado, sin ningún tipo de simpatía o antipatía. Formar un juicio es tarea de otros seres que, durante la noche, nos ayudan a transformar lo vivido en algo positivo.

El Yo y la salud

Es un hecho curioso que nuestro Yo se manifieste siempre a través de su actividad y “desempeño”, pero al mismo tiempo depende de la atención de los demás, sin la que no existiría ningún marco social que nos hace pasar por situaciones de enfermedad para aumentar de esta forma la actividad interior que construye, sustenta y transforma el cuerpo. Lo que llamamos enfermedad es una deconstrucción y reconstrucción interior. Los procesos de maduración más importantes del sistema inmunitario tienen lugar en la enfermedad, es decir, que si no pasa por enfermedades agudas, nuestro sistema inmunitario no puede desarrollarse. Estas enfermedades son un ejercicio para el sistema inmunitario, siempre y cuando no esté sobrecargado y no tenga que intervenir la medicina para restablecer la salud. Sin embargo, de ser bien atendidos, los procesos de enfermedad también pueden desencadenar procesos importantes para el desarrollo interior.

Al hablar del sistema inmunitario y del desarrollo de la personalidad, podemos preguntarnos qué es realmente la salud. Según la compañera holandesa Machteld Huber, la salud es la capacidad de auto-liderazgo y adaptación; no se define como bienestar o ausencia de enfermedad, sino como "desempeño creativo", y esto también es lo que caracteriza al Yo. El Yo como ser es acción. Jürgen Habermas, en su gran obra, ”Auch eine Geschichte der Philosophie” (“También una historia de la filosofía”) destaca esta dimensión activa del Tú y, por tanto, del Yo. La salud abarca la cuestión de en qué medida el Yo puede orientarse, adaptarse, formarse y desarrollarse en la vida a partir de sí mismo, ya sea a nivel corporal-físico, corporal-vital, corporal-mental o corporal-espiritual. Siempre se trata de estar en movimiento desde el propio impulso, el desarrollo de la personalidad individual.

También sabemos con qué facilidad el Yo humano tiende a encapsularse en sí mismo. Piensa, imagina, planifica y espera muchas cosas desde sus ideas y motivaciones particulares. El Yo superior, tal como lo describe Rudolf Steiner, está abierto al mundo y se sabe uno con él porque sabe que debe su ser al mundo. La cuestión del Tú es una cuestión de gratitud. El Yo que está pegado a sí mismo se experimenta como céntrico y, en el caso extremo, como egocéntrico. El Yo superior es pura entrega y apertura hacia el mundo. Es el Yo social, el Yo capaz de encontrarse en el Tú. Wolfgang Schad ha señalado el paralelismo entre esta concepción del Yo y el órgano de la placenta. Esta relación nos enseña mucho sobre el Yo y las condiciones bajo las que puede ser eficaz en el mundo.

En el desarrollo embrionario encontramos, por un lado, la formación de cavidades corporales en el no nacido, y por otro, la orientación hacia la periferia a través de los órganos embrionarios universales de naturaleza envolvente: la membrana amniótica, el cordón umbilical y sobre todo la placenta, que a su vez está formada por tejido fetal. En este sentido, en su estado prenatal, la organización humana se presenta como el proceso de construcción del propio Yo corporal. Y en este estado prenatal, la corporeidad aparentemente está más capacitada para ambos gestos humanos de lo que lo es en el estado postnatal. En el embrión ya podemos ver a nivel físico corporal lo que después del nacimiento podemos ser a nivel espiritual (no físico).

Esto nos puede llevar a replantear nuestro concepto de salud. No estaremos más sanos mediante el esfuerzo de salvar nuestra salud individual. Quien trate de salvar su salud privada, la perderá y quien esté dispuesto a renunciar a su salud por la salud del otro, la conservará. Nuestra personalidad y nuestro sistema inmunológico se desarrollan de forma más saludable a través de una relación sana con el mundo.

A partir de esta visión de las cosas, puede desarrollarse una ciencia natural tal como la inició Goethe, una ciencia natural basada en la experiencia sensorial integral del Yo humano en su relación dialógico-corporal con el mundo, es decir, una ciencia natural que incluye la experiencia sensorial integral del propio científico. Este tipo de ciencia natural abre incluso el puente hacia aspectos morales del entendimiento del mundo, como Goethe mostró en su “Teoría de los colores”.

Incluso podemos acercarnos a un aspecto esencial de la religión. La palabra latina “religio” significa reconexión y el embrión, de una forma única, se reconecta corporalmente con una "vida superior". También podríamos definir la religión como conocimiento, capacidad y continuo compromiso de cuidar la vida. No podemos crear la vida, sino que nos debemos a la vida. La religión, entendida como la reconexión con la fuente de nuestra vida en toda su plenitud física, anímica y espiritual puede ser conscientemente ampliada a la práctica de reconectar, en agradecimiento, nuestro Yo con el origen de nuestra vida en sus dimensiones corporal, anímica y espiritual. Recordando a Hegel, Schelling y Hölderlin en sus mejores pensamientos, podemos experimentar y practicar en nosotros la unidad triádica de arte, ciencia y religión como una cultura que alimenta alma, espíritu y vida.


Traducido por Michael Kranawetvogl.

Foto de portada: pintura de Hannes Weigert, 2021