Percibir lo humano
Debido a las medidas del Sars-CoV-2, las instituciones educativas de todo el mundo se ven confrontadas de una manera radical al uso de la tecnología digital, en sustitución de las cualidades humanas, que entran en peligro de perderse de vista.
«Despliega tu potencial y despliégalo cada vez más», reza el lema moderno de la formación y educación. El ser humano sigue en formación constante, puede descubrir cosas por su cuenta y ser creativo en todo momento. Sin embargo las expectativas son tan grandes que las personas forzosamente acaban quemadas y sobrecargadas.
Alain Ehrenberg lo vislumbró en 2008 (en su libro de título homólogo) el «Yo exhausto». Para evitar el estado exhaustivo, puede surgir el deseo de satisfacer las expectativas y aguantar la presión. Es un camino determinado por el control y el poder. Actualmente el mundo ya está experimentando a gran escala la instalación de un gran mecanismo de control. Vuelve a hacerse valer la vieja creencia de que el ser humano y el mundo son controlables.
El uso de la tecnología que permite la aplicación de estos principios tiene que cumplir tácitamente una condición previa: su disponibilidad. Lo que excluye a todos los que no tienen acceso (aparte del hecho de que no todos son capaces de usarla). En segundo lugar, existe el peligro de que el ser humano sea reducido a lo que «sabe hacer» la tecnología. Y por último, es discriminatoria la idea de que la población menos favorecida aprenda mediante el ordenador, mientras la población rica puede permitirse clases con maestros humanos.
Actuar a través de la presencia del Yo
Esto apunta a una opción diferente, la de ser una persona de referencia, o figura de apego –una persona que ni castiga ni amenaza, y tan solo actúa a través de su presencia. Mantiene la relación con la otra persona independientemente de su comportamiento. Su control consiste en el autocontrol. Frente a cualquier actitud errónea, reaccionará sin cuestionar la relación. Siempre se dirigirá a lo bueno en el ser humano.
Frente al reto a ejercer el arte de educar en medio de nuevas regulaciones y clases en línea, hay momentos en los que se pueden experimentar nuevas cualidades humanas. Por ejemplo cuando un problema se resuelve mediante la cooperación entre los maestros y los padres, y con instrumentos convencionales como el envío de una carta personal, una llamada telefónica, y el diseño de deberes individuales. O el momento especial en el que una alumna vuelve a encontrarse con su profesora después de semanas de separación. La colega comentó el reencuentro: «Fue la sensación mutua de —¡esto eres tú!» En el espacio entre persona y persona, lo habitual y familiar alcanza un nuevo valor.
Encuentros «vibrantes»
La descripción del sentido del Yo ajeno en ‹El arte de educar (I): Antropología general como fundamento de la educación› de Rudolf Steiner (GA 293) se hace tangible: En la inmediatez del encuentro, en la «vibración» que se produce entre la simpatía y la antipatía, entre la entrega y la toma de conciencia, el ser humano puede percibir la esencia del otro. También en los adolescentes de los años superiores, en el marco de la dinámica entre las semanas de enseñanza en línea y los encuentros reales, se producen estos momentos de percibir a la otra persona con nuevos ojos.
Co-responsabilidad
La segunda condición estipula sentirse miembro de la vida entera, […] cada uno solo puede hacerlo a su manera. Si soy, por ejemplo, pedagogo, y mi alumno no responde a mi confianza, no debo dirigir mi resentimiento contra él, sino contra mí mismo; debo sentirme identificado con él hasta tal grado que yo llegue a preguntarme: ¿La deficiencia del alumno no será acaso consecuencia de mi propia acción? […] Con esta actitud mental observo, por ejemplo, a un criminal, de manera muy distinta que sin ella. No lo juzgaré, sino que me diré: «No soy más que un ser humano como él. Tal vez solo la educación con que las circunstancias me favorecieron me ha salvado de un destino como el suyo». […] Entonces consideraré que he gozado de un beneficio que a él le fue negado y que debo precisamente mi bienestar a eso de que fue privado. Y en esta forma llegaré naturalmente a considerarme como un miembro de la humanidad toda, co-responsable de todo cuanto sucede.
Fuente Rudolf Steiner, GA 10